miércoles, 19 de diciembre de 2007

El Espejo Mágico

Ayer por la tarde, Carlos pasó como de costumbre por la juguetería de la calle Nueva. Era su recorrido habitual de regreso del despacho. Aunque no lo reconoce, en Navidad sigue disfrutando viendo los juguetes de los escaparates. Sus hijos se los pedían todos y él, en secreto, también.
Reflejado en los gruesos cristales de la vetusta juguetería se había visto crecer año tras año, Navidad tras Navidad. Su mirada recorrió curiosa el escaparate de izquierda a derecha. Los juguetes de antaño ya no estaban. Videoconsolas, coches teledirigidos, y juegos de mesa en DVD, le habían ganado la partida al Spectrum, las Barriguitas y los Juegos Reunidos. Sólo el emblemático Scalestrix, aguantaba el tirón, quizás porque sigue siendo un juego para papás.
Al llegar a la mitad del escaparate, recordó un instante de su niñez. Una afición que había estado olvidada durante muchos años y que de repente inundaba su memoria. “¿Por qué no?... Una vez nada más, sólo una” se dijo. Sin reparar en la gente que pasaba por la calle, tiró de sus mofletes hacia atrás con las manos, sacó su lengua, puso bizcos los ojos y se miró en el espejo mágico. Cuando era niño, llamaba así a la curva de estrechos listones de cristal que evitan el ángulo recto del escaparate. Ver su figura fragmentada y deformada por el improvisado calidoscopio le fascinaba. No pudo aguantar la risa. Estuvo un buen rato riendo hasta que una señora cargada de paquetes que salía en ese momento de la tienda se le quedó mirando con gesto reprobatorio. Colorado como un tomate, recuperó la compostura y disimuló haciendo como que se peinaba el flequillo. Pasado el peligro, se ajustó la corbata, continuó hasta el final del escaparate y esbozó una leve sonrisa.